No me dejabas decir nada, siempre con la boca cerrada.
Como si fuese un ignorante, tu eras más listo que Pitágoras.
Y ahora que tienes que decir, ya no te escucho por aquí.
Calladito estás más guapo… algo pálido talvez.
Muerto, frío como una losa de mármol blanco te quedaste después del golpe certero que te he asestado.
Ya no me harás callar, ya nunca más.
Que quietecito estás en el sofá.